12 febrero, 2013

Tiempo Fuera

Estaba harto de sus gritos. De sus acusaciones. De sus reclamos. De ella.



Era lunes por la mañana. El domingo pasado había caído en cuenta de que no me sentía nada bien después de trabajar. Tenía que ir al doctor. Por suerte, era mi día de descanso.

Ella me recordó que debía ir por un documento a mi antigua escuela. Era necesario, sin duda, de otro modo me iba a quedar sin seguro social. La Fuerza sabe lo mucho que necesito esa cosa.

Mi día transcurría relativamente normal. Toser, estornudar, toser, rodar en mi cama, decirle adiós a mi hermana, seguir rodando, levantarme.

Cuando me levanté, supe que no estaba bien.

Entre molestias varias pude ir al teléfono para llamarle. Le pregunté si podría ir ella por el documento que necesitaba, esperaba que me pudiera apoyar. Me equivoque, pues ella debía ir a trabajar por la tarde.

Molesto y sintiéndome mal, salí de casa para ir por el dichoso documento y a averiguar que tenía. Horas bajo el sol, aunque iba en un camión. Otro rato caminando. Más hastío. Estornudaba y tosía todo el tiempo.

Logré cumplir mis misiones aun así. Guardé el documento en mi mochila y compré las medicinas que me recetó la doctora que me atendíó. Volví a mi casa y me tumbé en la cama, esperando que diera la hora de tomarme las medicinas y sintiendo aun molestias. Así se me fueron las horas.

Ella regresó por ahí de las 7:30. Me preguntó como estaba, si había ido al doctor, si había ido por el documento. Asentí y respondí. Comenté lo que tenía. Seguí echado en mi cama, puesto que realmente no me sentía bien.

No sé en que momento fue que todo se tornó violento.

Me grito que lavara unos trastos. Opté por ignorarle. Fue a mi cuarto a decirme, en ese tono que siempre me ha molestado, que lavara los trastes. Reaccioné mal. Molesto y sintiéndome como me sentía, le dije que no lo haría. Que necesitaba descansar.

Gritos. Gritos. Gritos. Un intento fallido de encontrar un cinturón para golpearme como si tuviera 10 años. Más gritos. Más gritos.

Y entonces dijo que si no lo hacía, me fuera de la casa. Y le tomé la palabra.

Dejé de responder los mensajes y notificaciones del celular. Recogí el cargador, el celular del trabajo, las medicinas que debía tomar y mi cartera. Me salí mientras ella volvía a gritarme que lavara los trastes.

Mientras caminaba en la oscuridad, furioso y triste, me entraron 3 llamadas de casa que ignoré. Seguramente me iba a gritar mas. Llegué al metro y llamé a alguien, su familia me dio asilo en su casa.

En el camino, solo podía pensar lo mal que se veían las cosas. Si, era mi culpa en gran parte. Esos trastes llevaban algunos días ahí, y eran míos. Pero ella no pudo entender que en ese preciso momento no me sentía bien de salud. Jamás ha entendido que su tonito imperativo me saca de quicio, siempre.

Heme aquí, escribiendo estas líneas. Estoy bien. Solo enfermo. Mañana quizás no vaya a trabajar otra vez. Ya hablaré con mi jefe. Debo tomar un baño.

Debo tomarme un tiempo fuera.



Y volveré, lo sé... Solo necesito relajarme.
Dejar de escuchar esos gritos.
Dejar de sentirme débil.
Otra vez.

...

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